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Abuelito de 92 años pierde la vida después de ser abandonado por sus hijos

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Argentina.- Hilda, de 86 años, y Hugo, de 92 años, fueron abandonados por uno de sus hijos en un bar de Rosario, provincia de Santa Fe. El joven los dejó allí y los dueños del bar los llevaron a la policía para ayudarlos a contactarse con algún familiar.

Hilda y Hugo conmovieron al país en junio pasado. Desalojados de un departamento por falta de pago, abandonados por uno de sus hijos en un bar, los abuelos iniciaron un recorrido que despertó múltiples muestras de solidaridad y que terminó en un hogar de ancianos.

Allí lograron estar otra vez “contenidos y acompañados”, según reconocía ella en una entrevista con Clarín. Hilda prefería no hablar de lo que pasó. Destacaba estar viviendo “un nuevo amanecer” y se mostraba feliz porque cada mañana, cuando iniciaban el día, estaban juntos. Ya no.

El 20 de octubre pasado, aquejado por una antigua afección cardíaca, Hugo falleció. Tenía 93 años. La noticia se conoció hoy. Aunque estuvo internado en un sanatorio privado de Rosario para ser tratado por esa patología, el diagnóstico era irreversible. Su hijo, el mismo que los cobijó durante un mes en su pequeña casa, tomó entonces la decisión de que regresara al Hogar Español para que compartiera los últimos días con su esposa, el amor de toda una vida.

“Tenía un problema cardíaco bastante complicado que se ve que nunca se había hecho tratar. Acá le detectamos una insuficiencia cardíaca, lo hicimos tratar, pero tuvo un infarto dos días después de salir de la internación”, explicó a este diario Gabriela Alabern, directora del Hogar Español.

Hugo se quebró hace algunos meses la cadera, pero había logrado recuperarse de ese accidente y ya tenía previsto abandonar la silla de ruedas para iniciar trabajos de kinesiología y comenzar a utilizar un andador para movilizarse. Aquel episodio no tuvo relación con su fallecimiento.

Hilda continuará alojada en el hogar. Antes compartía la habitación con Hugo. Había sido una de las condiciones que pidió para ser alojada en ese lugar. “El se despierta y mira que yo estoy ahí. Yo me despierto y él está ahí. ¿Qué más podemos pedir?”, explicaba hace unos meses. Ahora está junto a otra mujer de la que se hizo amiga. Fue ella quien, consultada por las autoridades del hogar, eligió quién sería su acompañante tras la partida de Hugo.

“Está muy contenida. Empezó a participar de los talleres que ofrecemos, cosa que antes no hacía por quedarse al cuidado de él. Dentro de su duelo y de su tristeza, ella está bien”, dijo Alabern.

La mujer, de 89 años, conserva un buen estado de salud. “Siempre estuvo mejor que él”, indican en el hogar. Uno de sus hijos, el que los recibió en su casa, la visita cada domingo y estuvo acompañando al padre mientras permaneció internado. El otro, quien vivió toda la vida con ellos y los abandonó en el bar cuando los desalojaron, está en situación de calle, descarta cualquier ayuda y cada tanto pasa por el hogar. “Ella quiere verlo. Lo adora, es su hijo”, explican Alabern.

A partir del fallecimiento de Hugo la abuela tomó la decisión de iniciar talleres de gimnasia, laborterapia –reciclan y decoran elementos– y canto. A ella le apasiona la música, en especial la clásica. En la entrevista que ofrecieron en julio pasado recordaba que en su casa, cuando era joven, cantaba siempre. Ahora está pensando en involucrarse en un taller de computación.

Hugo e Hilda se conocieron en una parada de colectivo. El era dibujante en una zapatería y ella administrativa en un local del mismo rubro. Se casaron al poco tiempo. “Es protestón, porfiado, como todo hijo de catalanes”, lo definía ella. Estuvieron juntos mucho tiempo. Tanto que ni ella misma recordaba la precisión de las fechas. Sí tenía claro que la de ellos dos, más que “una historia para el diario, era una historia para el corazón”.