El 11 de septiembre de 2001 pasó de ser un bello y despejado día a uno de los más lúgubres en la historia de Estados Unidos. Casi 20 extremistas secuestraron cuatro aviones comerciales en la costa este y los chocaron contra las Torres gemelas en Nueva York, el Pentágono en Washington y uno más que cayó en un campo abierto en Pensilvania. Casi 3.000 personas murieron y la historia se dividió en dos para la nación. Hoy, 20 años después, las heridas siguen abiertas para testigos y supervivientes.
Martes, 11 de septiembre de 2001. Nueva York vivía una mañana soleada en los últimos días de verano con un cielo azul particularmente cristalino.
“Era un día muy bonito, eran elecciones en la ciudad de Nueva York, era un día claro, sin nubes, un día tranquilo”, recuerda para France 24 William Rodríguez, un hombre que trabajaba en ese momento como conserje en la torre norte del World Trade Center.
Un nuevo tipo de guerra estaba a punto de comenzar.
A las 8:46 a.m., el vuelo 11 de American Airlines, con 76 pasajeros, 11 miembros de la tripulación y cinco terroristas a bordo, chocó entre los pisos 93 y 96 de la torre norte, según detalla el 9-11 Memorial and Museum. Una enorme bola de humo y fuego salía de la edificación de 107 pisos, entonces símbolo del poder económico estadounidense. La aeronave había despegado de Boston con destino a Los Ángeles, pero fue secuestrada por extremistas de la célula Al-Qaeda durante los primeros minutos del vuelo.
A 14 kilómetros de allí, en el Bronx, el bombero George Díaz se encontraba en la estación justo en cambio de turno después de trabajar 24 horas seguidas. Él y sus compañeros bajaron el tono de voz para escuchar la televisión que en ese momento transmitía el siniestro en la primera torre. Entonces vieron el segundo impacto. “Cuando lo vimos en vivo, ahora sabíamos que esto era a propósito”, sostiene en diálogo con este medio el hoy teniente George Díaz, de 64 años y quien continúa trabajando como bombero.
Se trataba del vuelo 175 de United Airlines, que a las 9:03 a.m. golpeó la torre sur. Viajaba con 51 pasajeros, nueve miembros de la tripulación y cinco terroristas. La aeronave también había partido de Boston y se dirigía a Los Ángeles, pero fue secuestrada entre las 8:42 y 8:46 a.m. y redireccionada a Manhattan, de acuerdo con el Departamento de Justicia.
Díaz recuerda que todos los miembros de su estación de bomberos se apresuraron a llegar hasta el lugar mientras llamaban al resto de sus compañeros que se encontraban en su día de descanso. Sabían que la magnitud de lo que ocurría era mayor a cualquier catástrofe que hubieran enfrentado antes.
“El rescate lo tuvimos que empezar con el humo, con toda la tierra que había, no se podía identificar nada, era bien difícil mientras tratábamos de buscar (…) Había mucha gente golpeada, se necesitaban ambulancias, nosotros no teníamos ni máscaras ni aire para respirar, estábamos haciendo todo con las manos”, rememora el rescatista.
Para entonces, William Rodríguez vivía en carne propia el pánico y la desesperación en la primera torre impactada. Ese día llegó tarde a su trabajo, por lo que en el momento en el que chocó el primer avión se encontraba en el sótano del edificio y no en los últimos pisos donde solía estar a esa hora. Una coincidencia que salvó innumerables vidas.
“Todos los marcos de las puertas se trabaron porque cambió de posición el marco y por eso mucha gente se quedó atrapada. Lo mismo en las oficinas, por eso era tan importante esa llave maestra que yo tenía; porque con esa llave maestra podíamos forzar las puertas”, dice en referencia a una de las cinco llaves del edificio que podía abrir cualquier puerta, por lo que alcanzó a sacar a varias personas de los primeros pisos. Su acción le ha valido reconocimientos como el Premio al Héroe Nacional del Senado de Puerto Rico.
El impacto colapsó el sistema de los ascensores a donde muchos corrieron en un intento por escapar, pero quedaron atrapados.
“Esta gente que estaba atrapada en los elevadores no se podía ayudar. Estaban sufriendo porque muchas de ellas probablemente se estaban quemando. Los gritos eran aterradores. Al explotar el avión y los miles de litros de combustible, la bola de fuego bajó por el ducto central de los ascensores y se esparció por todas partes (…) Dejó secuelas, durante muchos años no pude meterme a un ascensor porque oía los gritos”, señala Rodríguez, que luego se convirtió en un conocido conferencista y activista tras fundar el Grupo Víctimas Hispanas del 11 de septiembre.
Mientras las Torres Gemelas ardían en llamas, decenas de personas se lanzaban por las ventanas. Las grabaciones de llamadas a la línea de emergencias 911, hechas públicas por las autoridades, dan muestra del horror en su interior cuando muchos suplicaban por ayuda. La atención se centraba en Nueva York, pero los extremistas tenían más blancos en la mira.
El corazón del poder militar estadounidense es atacado
El reloj marcaba las 9:37 a.m. cuando el vuelo 77 de American Airlines chocó la sede del Pentágono, en Washington. El corazón del poder militar de la primera potencia mundial se vio estremecido por la aeronave que fue secuestrada por cinco yihadistas y que transportaba a 53 pasajeros y seis tripulantes.
Además de los ocupantes del avión, 125 personas en la sede del Departamento de Defensa fallecieron, según datos del monumento del Pentágono sobre el 11-S.
Solo seis minutos después, a las 10:03 a.m., el vuelo 93 de United Airlines cayó contra un campo abierto en Pensilvania. Había sido arrebatado por cuatro radicales de Al-Qaeda, con 33 viajeros y 7 tripulantes, detalla una ilustración del Departamento de Justicia.
Cuatro aviones comerciales se habían convertido en las armas de destrucción y muerte usadas por los radicales, algo que cambió para siempre la forma de viajar e impuso controles más estrictos en el transporte aéreo mundial.
Cae un símbolo del poder económico de EE. UU.
A las 9:59 a.m. el mundo observó la caída de un gigante. Es el momento en que cae la torre sur del World Trade Center.
A las 10:28 a.m., La torre norte del WTC se derrumbó. El tiempo entre el primer ataque y el colapso de ambas edificaciones fue de 102 minutos.
“Había muchos gritos por el radio de los bomberos (diciendo) que estaban enterrados, pidiendo ayuda. Nosotros los podíamos escuchar, pero era difícil conseguirlos porque era: ‘Estoy aquí, estoy debajo de este edificio, estoy en el piso siete’, pero ya no había piso siete, todo había caído ya. Los que estaban enterrados no sabían”, explica Díaz con una voz ronca, una secuela en su salud tras las maratónicas operaciones de limpieza que vivió por los siguientes meses.
“Es vivir el infierno en carne propia (…) mucha gente herida, recuerdo haber visto zapatos por todas partes cuando subía, la gente dejaba todo tirado. El humo olía a cloro y a cartón mojado, los rociadores contra incendios estaban todos activados y daban contra el piso y eso levantaba esa polvo también. Lo que viví fue el infierno”, narra Rodríguez sobre lo que se vivía al interior de la estructura minutos antes de que las torres se desplomaran.
La colisión provocó una explosión masiva que arrojó escombros en llamas sobre los edificios y calles circundantes. Fue la mayor agresión contra Estados Unidos y en su propio suelo: 2.977 personas murieron en los cuatro ataques, incluidos 343 bomberos de los primeros que llegaron a ayudar, especifica el 9/11 Memorial and Museum.
Miles de rescatistas se unieron a las labores. Rubiela Arias es una de las personas detrás de las cifras. “Me paré exactamente donde estaban las torres derrumbadas y era como el fin del mundo y pensé en el dolor que sentían las familias de las personas que murieron ahí, los papás, los hermanos, los hijos”, señala la mujer que en estos 20 años ha enfrentado serios problemas de salud en sus pulmones, hígado y piel, entre otros, que de acuerdo con sus médicos están relacionados con las operaciones del 11-S en las que inhaló plomo y asbesto.
“No puedo oír las sirenas de los bomberos ni de los policías porque me da ataque de ansiedad”, indica Arias. Afirma que recibió una indemnización por parte de las autoridades, así como atención médica. Sin embargo, dice que ese día cambió su vida por completo. “Perdí mi salud”, agrega.
Y es que producto de la tragedia muchos han seguido sufriendo secuelas. Incluso, en estas dos décadas el número de víctimas mortales ha seguido creciendo a consecuencia de los residuos tóxicos que inhalaron durante el desastre.
20 años después, las familias de las víctimas reclaman transparencia en las investigaciones
Dos décadas puede parecer mucho tiempo, pero para quienes perdieron a sus seres queridos los ataques del 11-S no son un caso olvidado y hoy siguen reclamando transparencia y Justicia.
“Es una forma de honrar a mi esposo Tom y a todos (…) Crié hijos en el mundo posterior al 11-S y creo que es importante protegernos de otro ataque catastrófico y la única forma en que sé cómo hacer eso es buscando toda la verdad, no puedes protegerte sin saber la verdad”, enfatiza en entrevista con France 24 Terry Strada, presidenta de la organización Familias y Sobrevivientes del 11 de septiembre Unidos por la Justicia contra el Terrorismo, cuya presión busca revelar de dónde obtuvo el financiamiento Osama bin Laden, autor intelectual de los atentados.
La publicación de algunos apartados de documentos de inteligencia ha sugerido presuntos vínculos de Arabia Saudita como Estado patrocinador, por lo que su formación, que representa a alrededor de 1.800 personas entre familias de las víctimas, rescatistas y algunos sobrevivientes, mantiene una demanda contra Riad en una corte federal, en Manhattan.
Tras años de presión a las distintas administraciones tanto demócratas como republicanas y después de que a principios de agosto la organización que lidera Strada enviara una carta al presidente Joe Biden en la que le pedían no asistir a las conmemoraciones de este año si antes no daba luz verde para desclasificar toda la información requerida, finalmente las familias podrían obtener una respuesta. El pasado 3 de septiembre el presidente Biden firmó una orden ejecutiva que autoriza el procedimiento.
“Parece que el 90% de la evidencia, cuando es revelada, siempre vuelve a relacionar a Arabia Saudita, buscamos más evidencia con respecto al rol del reino (saudita). No se trata solo de los secuestradores mientras estuvieron en el país”, apunta Strada tras referirse a la ayuda económica que dos de los secuestradores suicidas, Nawaf al-Hazmi y Khalid al-Mihdhar, habrían recibido de un ciudadano saudita, Omar al-Bayoumi, según apartados de las investigaciones de las agencias de inteligencia de EE. UU.
Las dudas contra Riad ganaron terreno y no solo porque 15 de los 19 secuestradores eran sauditas, al igual que Osama bin Laden.
Apartados de investigaciones, incluidos reportes de la Comisión del 11 de septiembre que encargó el expresidente George Bush, muestran que entre los contactos de Al-Bayoumi se encontraba Fahad al-Thumairy, en ese momento un diplomático acreditado en el consulado saudita en Los Ángeles que, según los investigadores, encabezaba una facción extremista en su mezquita.
Pese a los vínculos esbozados, las pesquisas no han mostrado que el aliado clave de EE.UU. en Medio Oriente e importante proveedor de petróleo estuviera directamente relacionado. Riad ha rechazado los señalamientos.
Con la reciente orden de desclasificación de Biden, posiblemente habrá más oxígeno para las investigaciones y eventuales respuestas para las familias de las víctimas con las que esperan cerrar heridas.
“Yo no creo que nadie deba salirse con la suya por asesinato, vivimos en un país donde ponemos en la cárcel a gente por asesinato. Esta es una demanda contra un reino al que no podemos hacerle eso, pero tenemos una demanda civil en su contra, así que continuaremos pidiendo acción”, sostiene la activista de New Jersey y madre de tres hijos. Su esposo, Tom Terry, un corredor de bonos que trabajaba en la torre norte del WTC, murió cuatro días después de que naciera su hijo menor, Justin.
Conocer lo que las familias consideran que podría ser la verdad “me ayuda a hacer algo positivo entre la oscuridad y lo horrible que fue el 11-S”, describe Strada.
Sin verdad, la pesadilla sigue para decenas de supervivientes y víctimas directas e indirectas de una jornada que difícilmente la humanidad podrá olvidar.