Argentina.- “Lo que nos contaron fue que la habían encontrado a los 2 años en un estado de abandono muy severo. No la cuidaban sus progenitores sino sus hermanitos, de 6 y 8 años. Tenía un cuadro de desnutrición grave y estaba deshidratada”, cuenta Adolfo, uno de sus padres. Su adopción ocasionó un cambio radical en su vida. Aprendió a hablar y a caminar gracias a sus nuevos papás, cuando antes solo gateaba y hacía sonidos con la boca.
Con cinco años, Fernanda, una niña con síndrome de Down, estaba en una situación compleja. Internada, sin una familia y con complicaciones en su salud, ya que por ejemplo no podía caminar ni hablar, su vida parecía estar muy cuesta arriba.
Según informa TN, eso cambió cuando Adolfo Montenegro y Gustavo Gómez, un joven matrimonio gay argentino, apareció en su vida. Ellos la adoptaron y le dieron la familia que ella tanto requería.
Pero la adopción no fue fácil. Ya que antes que ellos, no había ocurrido anteriormente que una pareja gay adoptara a un niño o niña en la conservadora provincia de Salta. Además de que habían otras dos familias con intenciones de adoptar a Fernanda, quien llegó en preocupantes condiciones al servicio de adopciones.
“Lo que nos contaron fue que la habían encontrado a los 2 años en un estado de abandono muy severo. No la cuidaban sus progenitores sino sus hermanitos, de 6 y 8 años. Tenía un cuadro de desnutrición grave y estaba deshidratada”
Desde Infobae cuentan que Fernanda terminó siendo internada y tuvo que ser alimentada por sonda hasta los 3 años. Después tuvieron que trasladarla al Hogar “Casa Cuna” hasta que la justicia consideró que su familia biológica no podía hacerse responsable de ella y por lo tanto, ella quedó en un estatus de susceptibilidad de adopción.
“Creo que ese mismo día empezamos a sentirnos sus padres. Lo que nos contaron nos tocó la fibra más íntima que te puedas imaginar. Yo le dije a Gustavo: ‘¿y si nos ilusionamos y después nos dicen que no? Yo todavía creía que ser una pareja igualitaria nos restaba posibilidades. Él me contestó: ‘Yo no acepto un no. Yo ya sé que va a ser nuestra hija”
Adolfo y Gustavo querían ser sí o sí, los padres de Fer. Pasaron por los tests psicológicos y ambientales, que incluían entrevistas a la “nueva abuela de Fernanda”, a los “nuevos tíos” y demás miembros de lo que sería su familia.
Pasaron tres meses para que el juez Marcelo Albeza, les llamara para que fueran a conocer a la pequeña en el Hogar, ayudando a dar este primer paso a favor de la adopción homoparental en la provincia de Salta y dándole una familia a Fernanda.
“Nos llamó el juez para decirnos que éramos nosotros, que podíamos ir a conocerla”
dijo la pareja la recordar ese feliz día.
“Llegué a casa y había un regalo. Abrí la caja y era un par de zapatillas de nena con una tarjetita que decía: ‘Con estas zapatillas quiero dar los primeros pasos con vos, papá’”
Era el momento, se vistieron y perfumaron con lo mejor que tenían y partieron rumbo al Hogar a conocer a quien sería su hija. Gustavo, quien tiene experiencia con niños que requieren atención diferenciada, alertó a su pareja que la pequeña Fer podría ser un poco distante. Pero eso no ocurrió.
“Estaba de espaldas hablando con la directora y sentí los pasitos”. Apareció la pequeña y estiró sus manos hacia Gustavo y Adolfo.
“Yo me agaché y ella me abrazó. Imagínate como lloraba yo que ella me palmeaba la espalda, como diciendo: ‘no llores más, acá estoy’. La directora nos dijo: ‘Llevo 30 años trabajando acá, nunca vi antes algo así”.
Lo que vino después, es parte de la normal reacción de unos padres que aman mucho a su hija. Ya que fueron a comprarle vestimentas sin siquiera saber su talla. Iban todos los días a visitarla al Hogar, hasta que el juez les permitió sacarla de la residencia por primera vez. Una fiesta con globos, una torta por su cumpleaños y un cartel que tenía escrito “Bienvenida Fer”, era lo que le esperaba a la pequeña.
“El problema fue cuando la llevamos de vuelta al Hogar. Dejó de mirarnos, se puso mal, debe haber creído que no íbamos a volver, que le estábamos fallando”.
Se fueron con lágrimas en sus ojos, hasta que al día siguiente, los llamó la psicóloga. Ella les contó que la pequeña Fer había llorado toda la noche y que alejarlos de ella era un retroceso que debía informárselo al juez. Así fue como llegó la orden para que se la llevaran a vivir con ellos ese mismo día.
Los padres felices y orgullosos, tenían todo preparado. Desde una fonoaudióloga, un psicomotricista y una psicopedagoga hasta clases de hidroterapia y musicoterapia. Nada se les podía escapar de las manos. Querían ser la mejor familia que pudiese tener Fernanda.
Al poco tiempo, “Fer”, vio como su vida cambiaba en 360º. De no saber hablar y caminar, ahora a sus 9 años no solo conversa y camina junto a sus padres, sino que además, también es una de las voces en el coro de la iglesia y demuestra su gusto por la música tocando instrumentos.
“Dice papá, a veces ‘abu’. La relación que tiene con su abuela es increíble, parece que se conocen de toda la vida”, dice contento Adolfo. Y como no va a estarlo, si antes según ellos, la pequeña Fer no sabía reír ni reaccionaba antes los juguetes. Ahora los elige y tiene carcajadas junto a sus padres.
“Hoy nos sentimos plenos. Fer nos dio un motivo más para seguir pensando en el futuro. No nos importa tanto si logra leer mejor, hablar mejor, si escribe, cómo escribe. Importa que por fin se sienta feliz y amada, nada más”.