Estados Unidos.- A mediados del siglo XX, el mundo se encontraba en una época de transformación, pues la Segunda Guerra Mundial estaba por terminar y la población aún mostraba cierto distanciamiento por el color de piel.
Justo esta situación provocó que un joven de catorce años fuera condenado a morir en la silla eléctrica en 1944 por un doble homicidio que no cometió.
De acuerdo con Cultura Colectiva, todo comenzó cuando las autoridades de Clarendon, Carolina del Sur, Estados Unidos, hallaron dos cuerpos teñidos de sangre a unos metros detrás de la Iglesia Bautista de Clarendon, templo designado únicamente para personas con tez blanca.
A unos cuantos metros, cruzando las vías del tren, se encontraba la Iglesia Misionaria Bautista Green Hill, conocida en ese entonces como la iglesia negra.
Minutos antes del macabro hallazgo, un joven de catorce años cruzaba la calle acompañado de sus hermanas, sin entender los motivos por los que no podía cruzar más allá de las vías; este fue el inicio del fin.
Ese fue el macabro final de las hermanas Betty June Binnicker y Mary Emma Thames, de ocho y once años, dos pequeñas con cabellos dorados y blancas como la leche que se habían ausentado de sus padres un par de minutos para recoger algunas flores detrás de la iglesia, pero jamás volvieron.
Al comenzar la búsqueda de las pequeñas, la familia y el pueblo entero hallaron horrorizados sus restos con sus cráneos desfigurados. A unos metros del macabro descubrimiento había una pesada viga de madera repleta de sangre.
Aquel 24 de marzo de 1944, un pueblo enardecido pedía justicia para las dos pequeñas que habían sido brutalmente asesinadas. La presión recayó en las autoridades mientras la noticia se replicaba en periódicos y medios de comunicación.
Fue tal la embestida de la justicia que sin averiguación previa y una investigación sin fundamentos fue presentado un detenido, el joven de catorce años identificado como George Stinney; según testigos de la Policía, había visto a las niñas por última vez y resultaba el primer sospechoso del asesinato.
La Policía de Carolina del Sur arrestó a George Stinney por el cargo de homicidio en primer grado, presentándolo como culpable sin juicio previo; un mes más tarde y en tiempo récord sin legalidad alguna, fue enjuiciado sin defensa.
La defensa de Stinney, que fue realizada por su familia, no pudo hacer nada por él, pues el comisionado del caso, Charles Plowden, nunca llamó a declarar a ningún testigo a favor del menor. Sus seres queridos insistieron en que el joven pasó la tarde del crimen en casa; sin embargo, la declaración de la Policía fue la única tomada en cuenta, hecho que detonó el triste final.
George Stinney, un joven afroamericano de apenas catorce años y 45 kilos era declarado culpable por dos asesinatos que no cometió, pues su único delito fue ser de un color diferente.
No pasaron más de tres meses cuando el 16 de junio de 1944, George Stinney fue guiado por los pasillos de la Penitenciaría Estatal de Carolina del Sur y le dieron la instrucción de subir a la silla.
El menor escaló mientras soltaba algunas lágrimas, pero no tenía la altura necesaria para que su cabeza hiciera contacto con los electrodos.
Minutos después de este hecho sin precedentes, le agregaron varios libros sobre el asiento para que su estatura empatara con el instrumento de tortura, los cinturones fueron ajustados e inició el suplicio.
Cinco minutos después, el cuerpo del joven estaba ardiendo en la silla, con quemaduras de diversos grados producto del choque eléctrico; George Stinney se convertía en la persona más joven en ser condenada a la silla eléctrica en Estados Unidos.
Por la forma en la que se manejó el caso y la injusticia que sufrió en todo momento, la muerte del joven se convirtió en un caso icónico que llenó de fuerza el movimiento por los derechos civiles y el fin de la segregación racial en la Unión Americana.
Siete décadas después, el 17 de diciembre de 2014, el caso fue reabierto y se dieron a conocer al menos 35 inconsistencias del proceso judicial, por si eso no fuera suficiente, se llegó a la conclusión de que él no mató a las menores al no tener la fuerza suficiente para golpearlas.
George Stinney enfrentó a la justicia en una época en la que el racismo y la intolerancia fueron los motivos por los que no pudo vivir en paz.