Ciudad de México.- Mónica Esparza dice que todo lo que no había sufrido en su vida, lo sufrió en un solo día en el que su familia quedó destruida para siempre, dijo a la cadena BBC.
Aquel 12 de febrero de 2013, esta comerciante que entonces tenía 26 años fue detenida por la policía junto a su esposo y su hermano en Torreón, México.
Sin conocer el motivo ni entender nada de lo que les preguntaban los agentes, los tres fueron llevados a un lugar en el que les hicieron pasar por un «auténtico infierno».
Fueron torturados de manera brutal durante 14 horas, en el caso de Mónica también sexualmente mientras hombres vestidos como policías y militares miraban y participaban.
Su pareja murió como consecuencia de aquellas torturas. A ella le obligaron a firmar un documento que más tarde supo que era una confesión asegurando que formaba parte del cartel de Los Zetas.
Fue acusada de los delitos de secuestro, delincuencia organizada y posesión de armas del ejército. Al igual que su hermano, entró en la cárcel.
Y aunque organismos como la Comisión Nacional de los Derechos Humanos pronto alertaron de las graves irregularidades detectadas en su caso, no fue hasta siete años después que un juez reconoció su inocencia y ordenó su puesta en libertad.
Pocas horas después de salir de prisión junto a su hermano el pasado 12 de marzo, Mónica compartió con BBC Mundo parte del calvario sufrido desde aquel fatídico día y cómo afronta su nueva vida ahora que, por fin, se hizo justicia.
Lo que sigue es parte de su testimonio.
Mi rutina antes de todo esto era mi trabajo y mi familia allá en Torreón, Coahuila.
Estaba siempre con mis cuatro hijas, que ahorita ya tienen 15, 14, 13 y 12 años; fruto de mi primer matrimonio.
Era comerciante, tenía un negocio de una boutique y un ciber.
Aquel día iba en la camioneta con mi esposo y mi hermano, cuando me paró un grupo de la policía municipal. Me dijeron que era una revisión de rutina.
Se fue un policía a hablar por radio. Duró mucho hablando y al regresar me dijo que se tenían que llevar a mi hermano y a mi esposo.
Pregunté por qué y me dijo que su jefe tenía que checar algo con ellos.
Luego me dijo que habían recibido una llamada anónima de que un carro blanco con hombres armados nos querían matar. Me preguntó si tenía enemigos, y le dije que no.
Entonces yo les pregunté que si habían recibido esa llamada, por qué no habían detenido a ese vehículo en lugar de a nosotros.
Al final se los llevaron, pero me dejaron acompañarlos para esperar a que checaran con ellos.
Entonces, los bajaron y yo me quedé en la camioneta. Por eso es que yo después pude armar un croquis para mostrar el recorrido al lugar, porque yo iba viendo todo.
Una o dos horas después, vinieron a por mí.
Llegó un policía, me golpeó, me bajó de la camioneta y me metió a esa bodega en el campo de tiro (de la Dirección de Seguridad Pública de Torreón).
Y ahí es donde sufrí toda la tortura.
Horas de brutalidad
Cuando yo llegué, ya mi hermano y mi marido estaban muy golpeados.
Aquella bodega era muy grande, allí había federales, militares, personas de civiles encapuchados… todos golpeándolos.
Les hacían preguntas y ellos decían que no sabían nada de lo que les estaban hablando, que fueran a checar dónde vivíamos, los negocios a los que se dedicaban.
A mi esposo le decían que él trabajaba para un cartel que estaba en ese tiempo en Torreón.
Él les decía que no.
Cuando decía que no sabía nada, lo golpeaban y le decían que se callara.
Y como no contestaban lo que ellos querían, pues me hacían cosas a mí enfrente de ellos.
Que mi hermano viera todo lo que me hicieron, fue algo muy fuerte.
Y ver todo lo que le hacían a mi esposo, la manera en que lo mataron…
Mónica prefiere no relatar de nuevo las brutales torturas a las que fue sometida entonces, pero Amnistía Internacional recogió lo ocurrido en su informe de 2016 «Sobrevivir a la muerte, tortura de mujeres por policías y fuerzas armadas en México».
«Bienvenida a la fiesta», asegura Mónica que le dijo el policía que la introdujo a la bodega, donde vio a su hermano y esposo desnudos y ensangrentados.
Los policías le introdujeron la cabeza en una cubeta e intentaron asfixiarla con bolsas de plástico. La golpearon con un tablón de madera y la arrastraron por el suelo agarrándola del cabello.
Mientras, a su esposo lo golpeaban con látigos con espuelas de metal y le desprendían la piel con un cuchillo.
A ella le aplicaron descargas eléctricas en piernas y genitales.
Después, fue violada brutalmente durante horas hasta por siete hombres frente a su esposo y su hermano, y ante la mirada de varios miembros uniformados del Ejército.
Junto a su hermano, fue trasladada a Ciudad de México y obligada a firmar un documento bajo amenaza de muerte a su madre e hijas.
Más tarde, Mónica supo que aquello era una confesión de los delitos por los que sería procesada.
Mi esposo se me murió aquí conmigo, en mis brazos. Se lo llevaron en una camioneta y ya no supe nada más.
Mi mamá me dijo que lo encontraron, que lo fueron a identificar pero que ya estaba en estado de descomposición porque habían pasado muchos días.
No les quisieron entregar el cuerpo. Lo cremaron y nada más les dieron las cenizas.
No me olvido de uno de mis aprehensores, que tenía una coronilla de plata en el diente.
Él fue quien llegó a la camioneta y me empezó a decir groserías, me jaló el cabello, me tumbó en el piso y me empezó a pegar con el puño cerrado.
Su rostro lo tengo grabado. También la cara de un militar gracias al cual dejaron de golpearme.
Me sacó de la bodega y me metió en otro cuartito. Estaba encapuchado, pero sus ojos verdes los recuerdo muy bien.
Él me quitó la cinta café gruesa con la que me habían amarrado todo el pelo, me vistió y pidió a otros dos militares que me trajeran una cobija.
A ellos les dijo que ya no dejaran que me llevaran. Que si alguien quería hacerlo, que le hablaran a él. Imagino que era como el jefe.
Me decía que estuviera tranquila, que ya todo había pasado. Que él iba a abogar por mí y que no llorara.
Siete años de cárcel
Con lo que pasó, me cambiaron la existencia totalmente en un día. Siempre he dicho que todo lo que no sufrí en toda mi vida, lo sufrí en un solo día.
No se puede olvidar eso. Solo aprendes a vivir con ello.
Siempre me he preguntado muchas cosas. ¿Por qué a mí, por qué a mi familia? Porque me cambiaron la vida en un segundo, destruyeron una familia completa.
A lo mejor tenía que pasar algo por eso, para saber qué tan fuerte era. No lo sé.
Los primeros tres años de mi encierro en la cárcel fueron muy largos y difíciles.
Fueron muy tristes, lloraba mucho. No podía superar todo lo que había pasado.
Estuve en muchas terapias con psicólogos. Duré mucho tiempo tomando medicamento controlado.
De día dormía, ya que la noche me la pasaba llorando.
Muchos días ya no quería vivir. Intenté quitarme la vida.
Después de esos tres años es que puedo platicar más las cosas sin llorar. Antes no podía narrar lo que había pasado aquel día.
Pero eso ya lo dejé ahí. Aprendí a vivir con ello y a no estar preguntándome todo el tiempo por qué.
Realmente nunca imaginas estar en una situación así.
Era un tiempo en que la situación era insegura (en Torreón), había (una especie de) código rojo, por el que no podías salir después de las diez de la noche.
Pero como yo no estaba involucrada con nadie de esa gente (narcotraficantes), pues nunca pensé que me pasara algo así.
Sus mayores fortalezas
Yo pensaba que me iban a dar muchos años (de cárcel), y que nunca iba a volver a salir.
Habían puesto tantas cosas sobre mí… ¿En qué cabeza cabe que yo voy a secuestrar a alguien? Lloraba de coraje.
Durante este tiempo, mi fortaleza fueron mi madre y mis hijas, a quienes dejé bien chiquitas. La más pequeña tenía cuatro años.
Ellas pasaron por muchas cosas, porque mi caso fue expuesto. En los periódicos yo aparecía como «la secuestradora», la autora de todo.
Mis hijas y mi madre eran señaladas. A ella le dio un derrame cerebral, duró un mes en coma. Su vida le cambió por todo lo que vivió con nosotros, ya muchas cosas no las puede hacer, pero aquí está.
Ellas fueron mi inspiración. Yo pasé por muchas cosas en un día, pero ellas han pasado muchas más cosas en siete años. Si ellas podían, yo podía.
A mi mamá le dio mucha gente la espalda, pero una de las personas que me duele en el alma que lo hiciera ha sido mi padre.
Él era mi todo. Entonces al verme en prisión y que dejara a mi madre sola, que haya dicho que yo no era su hija… fue algo que me dolió mucho, que lo cargo conmigo.
¿Cómo puede creer todo lo que dice la gente, si soy su hija? Me conoce y conoce mis sentimientos, siempre dijo que tenía un corazón de pollo como él.
Me duele mucho, pero lo entiendo y pues no lo culpo. No soy una persona rencorosa.
Quizá no iría a buscarlo ahorita, pero es mi padre. Yo aquí estoy y siempre que me necesite, voy a estar.
Cuando me notificaron que saldría libre, me quedé en shock, como que no me lo creía. Enseguida me salieron las lágrimas.
Sobre mis planes de futuro, la verdad es que toda mi familia es comerciante y me gustaría trabajar muy duro para volver a tener mi negocio. También me gustaría estudiar.
Pero ahorita solo quiero estar con mi familia, mis hijas y mi madre.
Si tuviera que dar un mensaje tras todo lo que he pasado, sería pedir a los jueces que nunca dejen de ser humanos, que tienen que sensibilizarse.
Tienen que escuchar las voces de las mujeres, la verdad.
Que estudien los casos y le den la libertad a todas esas mujeres que están sufriendo lo mismo o más de lo que yo pasé, aunque muchas no alzan la voz por miedo.
Solo puedo agradecerle mucho a mi juez que se basó conforme a Derecho, checó el expediente y vio en realidad mi inocencia, que creyó en mí y vio que las pruebas hablaban por sí solas.
Eso le agradezco: que por fin me haya devuelto la libertad y la tranquilidad y la paz a mi familia.
Una investigación penal por las torturas sufridas por Mónica Esparza continúa abierta en la actualidad.
Según el Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez (Prodh), que se encargó de su defensa, no tienen constancia de que se haya realizado ninguna detención por estos hechos.
Hasta el momento, Mónica continúa readaptándose a su vida en Torreón y no ha iniciado el proceso para poder acceder a una reparación integral. Si decidiera hacerlo, su caso reúne todos los requisitos para lograrla, según el Centro Prodh.
La organización considera este caso como «uno de los más emblemáticos de violencia de género generado por las propias instituciones del Estado».
Por su parte, el gobierno de México dijo que se trata de «un caso relevante de acceso a la justicia, la verdad y la libertad de mujeres sobrevivientes de tortura sexual y fabricación de acusaciones penales falsas» y aseguró que su Subsecretaría de Derechos Humanos seguirá trabajando para erradicar las violencias contra niñas y mujeres.
En su informe de 2018 «Mujeres con la frente en alto», el Centro Prodh publicó que desde 2014 había tenido conocimiento de más de 110 casos de mujeres sujetas a procesos penales y que habían sufrido tortura sexual en México.